jueves, 25 de septiembre de 2014

Crecimiento y lugares






Valoramos a las personas por sus experiencias, y en función de lo que externamente percibimos, nos creamos una imagen de ellas, las idealizamos en unos casos, las menospreciamos en otros, y a veces las sentimos indiferentes.

En el “mundo” del crecimiento personal todo vale. Pero en estos tiempos, parece valer más el hecho de que alguien haya estado en algún país lejano formándose –cuanto más alejado mejor- o pasando simplemente allí una temporada de descanso u observando otras culturas.

Y así, nos impresionan las personas que han pasado estancias en un ashram en la India, o aquellas que se han formado en un monasterio Budista en el Himalaya, o los que hayan profundizado en el Zen en Japón…
Nuestra racionalidad nos lleva a creer que ese tipo de experiencias hacen especiales a las personas, y las otorgamos un poder especial, creyendo que poseen algo más que el común de los mortales no posee, creyéndonos que esas experiencias les hacen más espirituales, lo cual puede ser, pero eso no garantiza la llave al crecimiento personal

Para crecer interiormente, uno puede irse a aquellos lugares donde sienta que pueda hacerlo, pero no es necesario irse muy lejos. Uno crece con las tristezas y con las alegrias de la vida cotidiana. De nuestro entorno cotidiano. 

Crezco observando con el corazón los ojos del mendigo que me pide limosna en mi ciudad.
Crezco cuando ofrezco algo sin pedir nada a cambio.
Crezco cuando piso la tierra con los pies desnudos y agradezco su generosidad.
Crezco cuando veo que mis hermanos me ayudan incodicionalmente.
Crezco cuando decido luchar por cambiar lo que siento injusto de la sociedad que me rodea.
Crezco cuando no huyo de mi dolor, sino que lo afronto para integrarlo, disolverlo y sanar mis miedos…

Reconozco que para mí, las personas más sabias que he conocido han sido mis abuelas. Una de ellas era analfabeta, y vivió duros episodios de la guerra y la postguerra… fue planchadora de profesión, con esas planchas de hierro calentadas al fuego. Firmaba con su huella dactilar y  debió de vivir experiencias muy duras… Siempre fue una luchadora y compartió todo lo que tuvo.

Mi otra abuela trabajaba la tierra. “Le faltan horas al día para que pueda seguir trabajando en la tierra” Así decía, pues así era su amor y su dedicación a lo que había sido desde pequeña su modo de vida. Su vida fue también difícil, con experiencias duras, y a pesar de todo siempre fue una buena persona que compartió con todos lo poco que tenía y que se preocupó por los demás.

Ellas no se fueron a la India, ni al Himalaya, ni a Centroamérica para vivir una experiencia profunda de crecimiento. Su propia experiencia de crecimiento estuvo aquí, tocaba estar aquí. Y ambas fueron un gran ejemplo de humanidad, humildad y fortaleza.

Lo que ahora llamamos “crecimiento personal”, aquello por lo que pagamos un dineral para que a través de cursos, de viajes, o incluso de voluntariados nos aporte algo de coherencia en nuestra vida, no es más que lo que nuestras abuelas llamaban “la escuela de la vida”

… Y para aprender de la vida no hace falta viajar miles de kilómetros, o tal vez sí, si así lo sentimos, pero lo que realmente nos hace crecer es ir profundizando dentro de nosotros y mirando a nuestro alrededor sin hipocresía y sin huir esperando que algo externo nos dé un toque mágico y regresemos renovados y cambiados.

Pisar la tierra, sentirla, observar a nuestro alrededor lo que es preciso cambiar. Reflexionar sobre lo que puedo aportar para que ese cambio sea posible... Indagar en nuestras raíces, en nuestra cultura, sentir lo más ancestral de ella... Todo esta aquí, porque al final del camino, todo está estrechamente unido y entrelazado...

El cambio es un proceso diario, constante… Podré hacer miles de formaciones, miles de viajes, pero si no logro discernir entre lo que es consumismo y autoengaño, y lo que es el verdadero sentir de apertura y honestidad, sólo habré estado perdiendo el tiempo y engañándome.

Con amor,
Ángeles

jueves, 18 de septiembre de 2014

Paso a paso



Caminante no hay camino, se hace camino al andar... que decía  Machado...

Todos vamos haciendo camino, pero la clave está en hacerlo de manera consciente, en no andar por andar sin observar cada paso, sin ver ese helecho que me roza el brazo al pasar, sin darme cuenta del caracol que casi piso, sin sentir las hojas del carballo que me roza la frente al pasar bajo él...

Todos caminamos. Unos sin saber hacia donde, otros sabiendo claramente hacia donde se quiere ir, otros simplemente disfrutando de cada detalle en el camino...

Millones de personas, millones de caminos, millones de formas de caminar...

(Foto tomada en algún lugar entre Berducedo y Grandes de Salimes)